El Tiempo en Pulpi

Tiempo en Pulpí

martes, 18 de abril de 2017

CONOCE LOS 10.000 DEL SOPLAO...










En el Soplao casi todo lo que se ve es de verdad, sin embargo aquello que hay que intuir suele ser más bien mentira. Piadosa, pero mentira al fin y al cabo. Los puertos nunca acaban cuando cualquiera de los miles de aficionados que siluetean las cunetas del recorrido les contestan entre ánimos a los participantes; sus pendientes siempre son mucho más exigentes que lo que se esmeran en apuntar sus generosas gargantas mientras animan; en la cima siempre hace más frío de lo que dicen cuando se les pregunta... El Soplao no tiene piedad, pero la multitud que abarrota su itinerario sí. Dicen que al diablo no hay que escucharle porque falta a la verdad continuamente; será por eso que al ‘Infierno cántabro’ solo se le puede vencer mintiéndole. Se vuelve más humano.
A las ocho de la mañana arrancaron con sol, pasaron calor durante toda la mañana y terminaron con una lluvia que en la cima del Negreo –el último puerto de la jornada– fue, por momentos, granizada.
Mientras sonaban los acordes del ‘Thunderstruck’ de AC/DC, himno de la prueba que sirve para dar la salida, poner los nervios a los participantes a mil y despertar a los vecinos de Cabezón de la Sal.
Los participantes que se subieron a los dos ruedas decoraron Cabezón con un color inolvidable. Cuando el primero estaba empezando a subir las escapadas rampas de Santibáñez, el último despedía la localidad entre los sonidos de los cencerros. Ver para creer.
Hacia arriba
El averno es un lugar tenebroso y al que no quiere ir nadie, sin embargo en el que desde hace una década existe en Cantabria no hay quien no pida ser invitado. El ciclismo, ya sea de montaña o de carretera, es un deporte en el que las pendientes son el enemigo del 95% de los que lo practican; el otro 5% son los genios que están deseando que el suelo se empine para que los que le rodean lo pasen peor que ellos. En El Soplao todo es para arriba. Jadeos, bufidos, gemidos y alguna que otra broma; en un pelotón se escucha de todo y más en un día en el que de media, quien mas o quien menos, se ‘tira’ –como ayer– diez horas subido en la ‘burra’.
Las rampas de La Cocina son el trampolín hacia el cielo. Un escape para salir del infierno a golpe de pedal. El público protege al más puro estilo del Tour de Francia a los valientes. Cuanto más se empina, más se aplaude. Es como si los aficionados se empeñasen en hacer suyo el sufrimiento y compartirlo. Por allí, los genios ya ponían tierra de por medio con el resto, que miraba su reloj dispuesto a superarse. «Venga, que acaba ahí». Mentira. «Después de esa curva suaviza la pendiente». Otra mentira. En ese punto es donde El Soplao empieza a no decir la verdad del todo.
El paso por Carmona y las imponentes rampas de Monte A es el purgatorio, ya que su dureza es como un anticipo de lo que está por venir. Y qué decir de Ruente. En esta localidad no hay sitio para los demonios; allí, todos son ángeles. Hay que escuchar de cerca como resuenan los gritos de la gente al paso de las bicicletas para darse cuenta de que la pasión puede con todo. El Alto de El Moral es otra de las verdades sin trampas ni cartón. Más de once kilómetros de ascensión que colocan a cada uno en su sitio. Dicen los que entienden que allí empieza El Soplao... ¿Y lo de antes? Durante el ascenso, los corredores del maratón y de la ruta a pie se entremezclan con los ‘bikers’. Un espectáculo de ánimos desde dentro. Entre ellos.
«Cuidado, derecha». «Ojo, voy por la izquierda...» En los descensos también existe un ángel que protege –salvo algún percance– a la gran mayoría. Y luego viene Cruz de Fuentes;el reino del silencio. En sus quince kilómetros de agonía nadie habla; nadie protesta... sufrimiento en fila de a uno.
La dureza del Negreo
 Ozcaba, Venta Vieja, Los Tojos, Correpoco y el imponente Negreo. Este último puerto consiste en seis kilómetros en los que dios y el diablo tiran cada uno del extremo de una cuerda a ver quién puede más. Para paliar el dolor, otra oleada de gente agasajó, ya en la parte final, a los mártires. El cielo lloró granizo al paso por el Negreo. Por algo será.
La megafonía de la línea de meta no paraba de recitar los nombres de cada participante que concluía su aventura, pero, mientras, las piedras del Negreo seguían empeñándose en sacudir duro. Siete, ocho, nueve... Trece horas. Al final poco importa cuando se vence al mal. El Soplao, a base de las mentiras piadosas de sus cunetas, termina por hincar la rodilla. Pero esta prueba, que ya forma parte de la cultura cántabra, no concluye cuando se cruza la meta. Después, en la carpa donde reparten miles –tantas como participantes– de raciones de pasta, bocadillos, cerveza y lo que haga falta, cada uno tiene una historia que contar. Una hazaña. Reto conseguido. Las fuerzas no se acaban, siempre queda algo para describir aquella curva, aquella bajada y el tremendo dolor de ‘patas.